Amanece este día y avanza sin que haya la menor señal de que en todo él pueda ocurrir hecho digno de mención, y sin embargo, cuando el astro del día esté en la mitad de su carrera, se han de verificar actos que debieran ser descritos con correcta frase y galanura de estilo, para mantener siempre vivo el recuerdo de la realidad.
Hasta las once el pueblo está tranquilo, es día de labor y nadie ha suspendido su tarea. A esta hora principia a notarse cierta afluencia de gente en la plaza; se reunen los amigos en corrillos; reina en ellos la alegría, y cambia por completo el aspecto general de la población. ¿A qué obedece este movimiento para algunos inesperado? ¿Será que el pueblo se vuelve holgazán y se reune para rebelarse contra sus autoridades, tomando por pretexto la exención de algún tributo? No; no hay nada de esto. Es que el señor Cura anunció a algunos amigos y de estos pasó a otros, que a la mencionada hora se bendiciría solemnemente la gran campana, debido a la minificencia de los consortes D. Joaquín Rico y doña Francisca Valor, y que terminando dicho acto a las doce en punto, tendría lugar inmediatamente la inauguración de las fiestas centenarias que han de celebrarse desde el 17 al 28, ambos inclusive; más doña Francisca Valor, respetando el luto del ya difunto esposo don Joáquín Rico, y enemiga de celebrar actos que tengan resonancia y en los que vaya envuelto su nombre, hizo se anticipase la bendición de la referida campana, verificándose el acto como quien dice a puerta cerrada; de modo, que cuando el pueblo vino a aparcibirse, la ceremonía había terminado. Quedaba el acto de la inauguración preparado por la Junta de fiestas, y a esto obedece el inusitado movimiento de hombres, mujeres y niños, renuniéndose en la plaza en apiñada muchedumbre. La música está preparada; todos fijan su vista en el reloj y sienten latir sus corazones con más violencia que nunca, hallándose emocionados en espera del acto que en breve va a realizarse.
Llegado el momento deseado; el minutero marca las doce; el mazo da la primera campanada, y aquí dejaría yo caer la pluma desalentado, por ser empresa superior a mis fuerxas, si tuviera que describir con el calor y vida que la situación requiere el entusiasmo de los unos, la emoción de los otros, y en general cuanto sintieron los corazones de todos. En este mismo momento y a la vez, echanse las campanas al vuelo; la música deja oir los acordes de la Marcha Real: se iza la nadera en lo alto de la torre; y todo, confundido con los estampidos de gran salva de morteretes e infinidad de cohetes coladores, con un ¡hurra! general que hendió los aires, hizo que el espectáculo resultase conmovedor, sublime, y arrancando lágrimas de emoción hasta a corazones empedernidos, vimos retratado en todo semblante el gran entusiasmo por la Virgen y el gran deseo de festejarla suntuosa y dignamente.
Terminado el acto, diéronse por empezadas las fiestas, y aunque en los siete días que van a sucederse, los actos serán casi siempre los mismos sin tener mucho de extraordinario, sin embargo, se detallarán minuciosamente para que quede memoria exacta de ellos.
El día que nos ocupa terminó celebrándose solemnes vísperas por la tarde, cantándose solemne salve y gozos a la Virgen y encendiéndose al toque de las segundas oraciones el tradicional "foc" en la plaza de la Iglesia con vuelo general de campanas, y disparándose a las diez como una docena de fuertes cohetes, sin duda como preludio de los muchos que en días sucesivos habrán de soltarse.
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