OCTAVO DÍA
Dulcísima Virgen María, vaso admirable de divinas virtudes, obra singularisísima del excelso Dios, cumplimiento de la Santísima Trinidad y libro cerrado en que se leen las maravillas del Señor, que soltando los diques de tu clemencia con imponderable plenitud reciben y disfrutan todas las almas del abismo de tus misericordias en medio del templo del Señor, descubriéndote como Mirra escogida, adornada y prevenida con otras especies aromáticas que celebra en ti el Espíritu Santo, significando la mortificación que practicaste con tu santo cuerpo, potencias y sentidos, que te mereció la mayor exaltación en la esfera de la gracia, y que se rindan a tu obediencia los cielos, la tierra, el infierno, y hasta el mismo Dios no pueda negarse a tus poderosas peticiones: te suplico esclarecida reina, emperatriz clementísima, divina reparadora del mundo perdido, corredentora admirable del linaje humano y única esperanza de los pecadores, que suspendes las iras de Dios cuando está resuelto a confundir a las criaturas y las pones a salvo con tu favor, que me libres de toda adversidad y fortalezcas mi corazón y alma, para que dignamente se ejerciten en aquellas mortificaciones voluntarias que más conducen para imitarte, asegurar una penitencia final y merecer la clara visita de mi Dios, y cuando mi alma se hallare conturbada y temerosa de comparecer en el recto y formidable tribunal del Altísimo, en donde mandas y no suplicas, te pido humildemente que te acuerdes de tu misericordia, y me valga tu Patrocinio santísimo para salir airoso de aquel lance terrible, de que depende una eterna felicidad y la dicha imponderable de verte con mi Dios en la gloria. Amén.
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