QUINTO DÍA
Sacratísima Virgen María, paloma candidísima de la gloria, águila real de los cielos y tórtola divina del celeste firmamento, que con tu canto dulcísimo dejaste embelesado al mismo Dios que te crió para gloria suya y consuelo de todas sus criaturas, que para crédito de tu poder, clemencia y benignidad comunicas y tratas continuamente con el Señor el imponderable negocio de nuestra salvación, extendiéndose tu clemencia desde los cielos hasta los profundo de los abismos, ocupando todo el orbe de la tierra y llenando tus misericordias a todo el universo, para que te admire como Oliva fructuosa en la casa de Dios: disponed, Señora y seguro consuelo nuestro, que franqueas el abismo insondable de la divina piedad a quien quieres, cuando quieres y como quieres; que socorres a los que están desechados de tu mismo Hijo, y salvas con tu misericordia a muchas almas que la divina majestad condenaría si no mediara tu poderoso respeto, que todos los mortales participen de tu clemencia y aseguren con tu singular amparo todos los auxilios y socorros que necesitan en este valle de lágrimas, y después la eterna felicidad de la gloria. Amén.
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