diumenge, d’octubre 31, 2010

Festes Majors 1953 V

Hispanidad

Sobre las agrestes lomas de la sierra de Penáguila, en las vertientes de la Aitana, se desparrama un pueblo que a lo largo de los tiempos ha dejado constancia perenne de su quehacer. No quisiéramos, hacer una recensión de su historia, no queremos recurrir a la cita erudita y pedantesca, porque no es nuestra intención. Tan solo nos guía, el remedar las pretéritas glorias de este pueblecito, que sin alharacas, sin darle importancia, guarda en sus viejos "palaus" en sus pintorescas calles, el aliento vivo y palpitante de una Historia pasada, de una Historia que se hace actualidad.
Tierra fronteriza, supo de las luchas del moro por domeñar una tierra que consideraba suya. La reconquista catalano-aragonesa finalizaba en sus sierras desafiantes y bravías, y las crónicas de los reyes valencianos, están plagadas de preocupaciones por la suerte de la levantisca frontera. Antes, incluso había participado en las viejas relaciones cidianas, siendo mencionada "por el moro Abenalfarag en la historia que compuso de su señor el Cid".
Tierra de fricción, sus sierras no solo supieron del empuje del infiel. También los hombres de la meseta quisieron dominarla, pero ya la tierra se había empapado de sangre de un vigorosa nacionalidad, que no consintió en perderla, y al guardarla, supo hacerla partícipe de la gran epopeya de la Confederación aragonesa, como fué la conquista del Mare Nostrum.
Penáguila, lugar de tierra adentro, de agreste serranía, supo de conquistas marineras, de islas que caían bajo el impulso de soldados levantinos. De tierras doradas, cuna de antiquísimas culturas. Y así, insensiblemente, participó Penáguila en la conquista del milenario mediterráneo. Para estrechar esta comunión de las viejas riberas del mar latino, de las playas napolitanas, un buen día tenía que salir la Madre de Penáguila. El cielo quiso premiar el temple y valor del penaguilense Francisco de Fenollar, enviando a la Madre, para que guardase externamente bajo su Patrocinio, a los moradores de la heróica ciudad.
Es la venerable Virgen del Patrocinio, la imagen de Nuestra Señora en la cual vemos reflejada el esplendor del Imperio Español. En este reinar sobre ambas orillas del Mare Nostrum está personificada la grandeza espiritual hispana, pues no podemos asociar la idea de la conquista terrena, sin la aportación del convencimiento, de la religiosidad, de la fe.
Nuestra Virgen del Patrocinio, napolitana de origen, valenciana de adopción, es el mayor testimonio que podemos aportar a la grandeza de nuestro patrimonio, lleno todo él, de viejas querencias imperiales, en las que procurábamos, por encima de cualquier ansia territorial; deseábamos ser dignos hijos de Nuestra Madre del Patrocinio, la qu ruega y procura, que nuestros montes y hogares, tengan siempre una vivencia que se vea traducida en Patria, Amor y Fe.





Roberto Ferrando